Desde que nacemos, todo aquellos que conocemos del medio que nos rodea procede de la interpretación que nuestro cerebro hace de la información que llega a través de los sentidos. Cuanto mayor es la actividad sensorial que un individuo tiene desde la infancia, mayor será la reserva mental de la que se dispondrá en el futuro y que resultará esencial ante un potencial daño neurológico.
Definimos la estimulación neurosensorial, como la exposición de los sentidos a distintos estímulos (visuales, auditivos, olfativos, gustativos o táctiles) que influyen en las funciones cerebrales y nos hacen “sentirnos vivos”, creando extensas redes neuronales. Por eso, podemos decir que el pensamiento, la inteligencia o el lenguaje, están claramente influidos por la riqueza de los estímulos sensoriales. A través de esta estimulación, el cerebro humano se muestra “sensorialmente receptivo” lo que se traduce en mejores niveles atencionales, y por ende, mejor estado de la conciencia.
Podemos afirmar la existencia de tres tipos de receptores sensoriales (Sherrington, 1906):
- Exteroceptores. Son lo que informan del ambiente externo. Son los 5 sentidos “clásicos”: vista, oído, olfato, gusto y tacto.
- Interoceptores. Son lo que informan del ambiente interno, por ejemplo: cantidad de oxígeno o glucosa en sangre, entre otros.
- Propioceptores. Son lo que informan sobre la posición del propio cuerpo en el espacio y de los movimientos del mismo. Se divide en: sentido cinestésico (movimeintos de miembros, músculos y articulaciones) y sentido vestibular (gravedad y movimentos cefálicos).
Debido a la importancia de la experiencia sensorial, desde Avanzo consideramos esencial asegurar una experiencia adecuada que permita desarrollar el máximo de las capacidades de nuestros pacientes para aumentar la sensación de bienestar subjetivo.